SOBRE LAS MÁSCARAS QUE EMPLEAMOS

Caras como un juego de máscaras, las que nos ponemos día a día para sobrevivir en nuestro entorno. Máscaras que nos sirven de protección, de escudo, de imagen en nuestro día a día. Esas máscaras que ocultan nuestro miedo a expresarnos, a ser juzgados, a ser reprobados, a ser rechazados, a no obtener la aprobación de los demás, a que nos conozcan, a la intimidad, a mostrar nuestro lado vulnerable, nuestro lado oscuro, a la responsabilidad. Miedo. 

Muchas veces, los seres humanos creamos la ilusión de ser felices, eficaces y tener una posición admirable para disminuir la ansiedad e inseguridad que podemos estar sintiendo. Esa es otra máscara.

En la vida cotidiana, los seres humanos utilizamos una gran cantidad de máscaras que responden a los diferentes roles que desempeñamos y que no siempre corresponden a lo que en realidad somos, sino a la forma en que queremos que nos vean o a lo que los demás quieren ver en nosotros.

Cuanto más alejada está la máscara que utilizamos de lo que somos en realidad, menos libres nos sentiremos, lo que nos llevará a vivir un estado de ansiedad y frustración permanentes.

Ocultarse es una de las primeras reacciones del ser humano ante las faltas cometidas y cuyo origen se encuentra en el miedo a ser descubiertos, a descubrirse a sí mismos y a conocer las verdaderas intenciones de su corazón.

Detrás de una «máscara» se esconde un común denominador: el miedo.

Usamos máscaras por miedo a expresarnos, a ser juzgados, a ser reprobados, a no obtener la aprobación de los demás, a que nos conozcan. Muchas personas usan una máscara de frialdad e indiferencia por miedo a parecer vulnerables. Otros usan la máscara del chiste para evitar la intimidad. Otros se refugian en una actitud hostil para sentirse seguros. 

Las máscaras nos dan una falsa seguridad y nos resistimos a quitárnoslas, aun cuando sentimos que sería bueno hacerlo. Con ellas, podemos vivir una permanente soledad emocional llena de secretos, de temor a ser descubiertos, rechazados, juzgados, condenados o a hacer el ridículo. 

Sentimos miedo a quitarnos la máscara por varias razones: miedo a la intimidad, miedo a mostrar nuestro lado vulnerable, el lado oscuro. Por eso, evitamos la comunicación íntima. 

A otras les da miedo la separación. No quiero acercarme mucho a ti porque, quizá, después me dejes y eso me puede hacer daño. Otras tememos la fusión. Si comparto todo con la otra persona, pierdo mi intimidad, mi espacio, tengo miedo a que me invada. Miedo al rechazo: que la otra persona nos conozca sin producción, a cara lavada, con defectos y virtudes, tal cual somos, nos angustia por si no le gustamos. Por último, existe el miedo a la responsabilidad. Si me acerco mucho, me involucro a fondo y eso me obliga a estar cuando me necesites. No estoy dispuesta a comprometerme. 

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